Por Rafael Hernández Bolívar
Las palabras y, sobre todo, las acciones de María Corina Machado, bien por iniciativa propia o por mandato de sus jefes imperiales, parecen no dejar dudas de que sus verdaderas pretensiones es acabar con la democracia y la institucionalidad derivadas de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, cargándose de paso las esperanzas y las reivindicaciones del pueblo. Sin embargo, los exabruptos y el reiterado fracaso que acompañan sus incursiones políticas parecen responder a otras motivaciones y tener una fuente de alimentación diferente a lo ideológico y a lo político.
María está rabiosa
Hay algo que es característico de la expresión facial, la actitud corporal, los gestos y las palabras de María Machado: La rabia. Ni siquiera la ira como respuesta humana de indignación ante un hecho que se considera injusto o inmerecido, se tenga razón o no en ello. Me refiero a la respuesta animalesca, visceral, que obnubila, bloquea el pensamiento, distorsiona la percepción y desemboca en conductas azarosas y desacertadas que pueden provocar daño en la propia persona o en terceros.
Uno podría creer que esto responde al guión del personaje que decidió imitar: Margaret Thatcher, la llamada dama de hierro. De ella había copiado ya la expresión “capitalismo popular” con el que pretendió embaucar a inocentes en su pasada campaña electoral. Como dice la gente de teatro, “se metió en el personaje”, pues. Pero la firmeza de la señora Thatcher no requirió de esas expresiones destempladas y descompuestas sino de su capacidad para aglutinar la rancia derecha inglesa y sus intereses de gran capital. Si algo bueno puede decirse de semejante enemiga de los trabajadores y de los pueblos y amiga de dictadores de la calaña de Pinochet es que ni aún en las mas acaloradas discusiones perdía su flemática compostura.
La cara abotagada, las venas a punto de estallar, el rostro rígido, los labios fruncidos que dejan asomar los dientes amenazantes y los ojos terriblemente fieros no tienen que ver con un planteamiento político sino con necesidades humanas de otro tipo.
Es verdad que en algunas oportunidades, en poquísimas oportunidades, le hemos visto sonreír, como cuando al salir de la célebre oficina oval se mostró alegre y gozosa al lado de su jefe Bush. Pero, en la mayoría de las ocasiones, aun en las congeladas sonrisas buscavotos de campañas electorales, lo siempre fiel es su cara de cañón.
María se destapa
Pero esa rabia obedece más bien a la frustración; a la malcriadez del niño acostumbrado a obtener lo que quiere con una pataleta y que hoy el objeto deseado luce inalcanzable por más que se revuelque en el suelo.
En cuanto a manifestaciones concretas de querer acabar con todo, María Machado tiene una larga estela, a saber: La firma del decreto de Carmona que pisoteaba la voluntad popular al destituir a los miembros de la Asamblea Nacional, del Tribunal Supremo de Justicia, del Consejo Nacional Electoral y de cuanto poder público existía para el momento. Los llamados a paro y su convocatoria a tomar la calle. El desconocimiento de los resultados electorales, del Poder Electoral y del Presidente Maduro. La conspiración del año pasado y la representación diplomática de un país distinto a su patria para aprovechar un escenario internacional desde el cual cubrir de ignominia al pueblo y al gobierno de Venezuela. Y, finalmente, su papel en la última escaramuza conspirativa del mes en curso y el patético documento Acuerdo Nacional de la Transición.
El problema es que esa malcriadez tiene consecuencias políticas, sociales, económicas y hasta de tranquilidad pública que sufrimos todos los venezolanos. Ni la más profunda condescendencia cristiana podría perdonar tanto abuso y tanto perjuicios causados por esas rabietas.
Hambre de caricias
Cuando María Machado hizo aquel papelón de interrumpir el discurso del Presidente Chávez a la Asamblea Nacional no pude menos que recordar a psicólogos de la gestalt como Berne, James y Jongeward quienes popularizaron en la década del setenta conceptos como transacciones psicológicas, necesidad de reconocimiento y hambre de caricias. El ser humano desde su nacimiento necesita ser tocado, reconocido, saciado en esta necesidad a través de caricias físicas o simbólicas. A tal punto que niños privados tempranamente de contacto físico se ven perjudicados en su crecimiento, en sus habilidades motoras, en el lenguaje y en su capacidad de integración social.
En aquella ocasión, al verla sola, tensa, gesticulando agresiones y articulando expresiones de reto, honestamente, no vi desplante alguno, insolencia o audacia. Sólo percibí un grito de ayuda: “¡Mírenme, estoy aquí! ¡Tóquenme con sus miradas, con sus palabras! ¡Reconózcanme!”.
Cuando hoy veo sus declaraciones en televisión o las escucho por la radio, de nuevo siento que sus mensajes van dirigidos en un sentido distinto a lo político, a lo racional, a lo objetivo. En realidad, no soy el primero que apunta esta sospecha. Ya el médico Roger Capella la bautizó “ánima sola” y la asoció a un personaje de una desquiciada pueblerina “que no escuchaba ni oía a nadie. Sólo hablaba y repetía cosas sin sentido. ... La inmensa mayoría la ignoraba”.
Creo que quienes le hemos criticado, bien desde la izquierda o de sus propias filas de la derecha, hemos perdido el tiempo intentando estructurar una discusión de ideas, principios y programas políticos. En realidad, uno termina preguntándose: ¿no será que María anda buscando otra cosa, necesitando otra cosa, más humana, más íntima?
DIARIO VEA