Por: Rafael Hernández Bolívar
Hay una enseñanza que puede extraerse de la precipitación estruendosa de Súmate, de su caída a los bajos fondos del desprestigio y la desconfianza. Enseñanza no sólo válida para los escasos partidarios de la oposición venezolana sino también espejo referencial para las organizaciones y militantes del bloque del cambio. Lo acontecido resume las consecuencias inevitables de una política artificial, sustentada en intereses extranjeros a la gente y al país, basada en la supuesta omnipresencia del poder mediático. Una política que supone que el nivel de entreguismo y sumisión política que practican y asumen determinados dirigentes, puede ser practicado y asumido por los demás partidarios de esa opción política.
Súmate se arrogó la voz y la voluntad de los venezolanos opuestos al proceso revolucionario. Sin que nadie les hubiese asignado ese papel, prestigiada en una supuesta capacidad técnica y gerencial y ostentando un obsceno respaldo de la administración Bush, interviene en el escenario político venezolano decidiendo lo que debía hacerse, censurando las instituciones de la democracia venezolana, desconociendo las decisiones mayoritarias de los ciudadanos e impulsando iniciativas antidemocráticas.
Sin embargo, la cadena de fracasos asociados a esta organización, la puesta en evidencia de su incapacidad para demostrar ninguna de sus audaces acusaciones, entre otras, su célebre acusación de fraude que no sólo no pudo demostrar sino que sus “técnicos” no lograron ni siquiera darle alguna forma medianamente sensata o racionalmente creíble.
Al final, todo se derrumbó y sus poses retadoras, su fuerza y convicción ya no despiertan adhesión ni entusiasmo entre quienes fueron sus partidarios. Pero, este derrumbe, paradójicamente es la posibilidad de surgimiento de un nuevo panorama político nacional. Por primera vez, en mucho tiempo, la oposición recupera su voz y su iniciativa política. Podrá acertar o equivocarse nuevamente; pero, ganará en autenticidad y será percibida como opción de perfil propio.
Por lo menos, una oposición. Porque la otra, la de la rastrera entrega, esa apátrida y servil, ¡esa no tiene remedio!
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