Por: Rafael Hernández Bolívar
Esta escena corresponde al acto político más cínico e insensible que hemos contemplado en los últimos años. La Casa Blanca ha difundido un video en donde aparece un George Bush sonriente, sin asomo de culpa o pena, trotando por jardines verdes y bien cuidados. A su lado trota un hombre biónico, sin piernas, apoyándose en horribles prótesis metálicas, haciendo esfuerzos por mantener el equilibrio, desplegando una marcha torpe, inarmónica, grotesca. Se trata de Christian Bagge, Sargento de la Armada Norteamericana, de 23 años, quien fue alcanzado por una mina explosiva hace un año, en un remoto desierto del sur de Kirkuk, en Irak. En esa terrible desgracia perdió ambas piernas.
Víctima y victimario lucen orgullos y felices. Con esto la Casa Blanca pretende convencer al mundo de que la multitud de muertes provocadas por esa guerra injusta y cruel, las decenas de miles de mutilados y la destrucción de la vida de miles de jóvenes están justificados en aras de la política imperialista de humillar a los pueblos, de despojarlos de sus recursos y someterlos a su tutelaje y voluntad. Sorprende que quien ha sido víctima pueda mostrarse feliz al lado de quien tomó la decisión que provocó su lamentable desgracia. Sorprende menos si uno piensa que el estado de shock, de desorientación y de desamparo que siguen a la constatación de ver su cuerpo mutilado y mermadas sus capacidades, lo hace particularmente susceptible a la hipnosis, a la sugestión y a la manipulación.
Quizás, el Sargento Bagge está viviendo la etapa que vivió el personaje de la película “Nacido el 4 de Julio” quien al regresar paralítico de la Guerra de Vietnam e ideologizado por los dirigentes del Pentágono manifestaba orgulloso en los actos oficiales su apoyo y participación en esa guerra; pero, al confrontarse con su propia miseria y la desgracia de sus compañeros, terminó por ser el más decidido militante por la paz y contra la guerra.
La felicidad de George Bush lo retrata de cuerpo entero. La alimenta el placer de provocar y contemplar la destrucción, de sentirse fuerte y sano ante un cuerpo mutilado, de saberse seguro ante un mundo destruido. Es la mutilación del alma.
Inevitablemente recordamos a Don Miguel de Unamuno que en el Aula Magna de la Universidad de Salamanca, al inicio de la Guerra Civil Española, le decía al general franquista Millán Astray, un inválido de guerra: Tu grito necrófilo de ¡viva la muerte! expresa tu deseo de crear una España según tu imagen. Por eso desearías ver una España mutilada.
Bush nos dice hoy algo semejante: Quiero un mundo de hombres mutilados, de países destruidos y de vidas destrozadas como tributo y engrandecimiento de nuestro poder imperial.
Víctima y victimario lucen orgullos y felices. Con esto la Casa Blanca pretende convencer al mundo de que la multitud de muertes provocadas por esa guerra injusta y cruel, las decenas de miles de mutilados y la destrucción de la vida de miles de jóvenes están justificados en aras de la política imperialista de humillar a los pueblos, de despojarlos de sus recursos y someterlos a su tutelaje y voluntad. Sorprende que quien ha sido víctima pueda mostrarse feliz al lado de quien tomó la decisión que provocó su lamentable desgracia. Sorprende menos si uno piensa que el estado de shock, de desorientación y de desamparo que siguen a la constatación de ver su cuerpo mutilado y mermadas sus capacidades, lo hace particularmente susceptible a la hipnosis, a la sugestión y a la manipulación.
Quizás, el Sargento Bagge está viviendo la etapa que vivió el personaje de la película “Nacido el 4 de Julio” quien al regresar paralítico de la Guerra de Vietnam e ideologizado por los dirigentes del Pentágono manifestaba orgulloso en los actos oficiales su apoyo y participación en esa guerra; pero, al confrontarse con su propia miseria y la desgracia de sus compañeros, terminó por ser el más decidido militante por la paz y contra la guerra.
La felicidad de George Bush lo retrata de cuerpo entero. La alimenta el placer de provocar y contemplar la destrucción, de sentirse fuerte y sano ante un cuerpo mutilado, de saberse seguro ante un mundo destruido. Es la mutilación del alma.
Inevitablemente recordamos a Don Miguel de Unamuno que en el Aula Magna de la Universidad de Salamanca, al inicio de la Guerra Civil Española, le decía al general franquista Millán Astray, un inválido de guerra: Tu grito necrófilo de ¡viva la muerte! expresa tu deseo de crear una España según tu imagen. Por eso desearías ver una España mutilada.
Bush nos dice hoy algo semejante: Quiero un mundo de hombres mutilados, de países destruidos y de vidas destrozadas como tributo y engrandecimiento de nuestro poder imperial.
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