Por: Rafael Hernández Bolívar
Ya resulta molesto estar en una cola de automóviles, atascado en una avenida o una autopista, y ver alrededor que la inmensa mayoría de esos vehículos son ocupados por un sólo pasajero. Si por un momento fuese posible meter en esos vehículos tantos pasajeros como lo indica su capacidad, la cola desaparecería en el acto. No obstante, al fin y al cabo, cada una de esas personas entiende que necesita trasladarse de un sitio a otro y, en consecuencia, el vehículo que ocupa tiene una clara función de trasporte.
Pero a este uso ineficiente del automóvil –por decir lo menos-, hay que agregarle la función que últimamente le han asignado las agencias de publicidad: Promover determinados productos, poniendo a circular flotas de vehículos acondicionados para tal fin; esto es, camiones dotados de vallas gigantes, exhibiciones de muebles, formas agigantadas de un producto y hasta motos acondicionadas para llevar letreros y pancartas, a riesgo por cierto, de transeúntes y de los propios conductores. Como remate, para producir un efecto novedoso y captar la atención de la gente, circulan en grupos durante el día y gran parte de la noche.
Salen a congestionar el tráfico, a consumir gasolina en paseos interminables por calles y avenidas de la ciudad, a destrozarles los nervios y la tranquilidad de trabajadores obligados a una labor estúpida. Cualquier chofer sometido al estrés del tráfico le queda, al fin y al cabo, la satisfacción de cumplir un trabajo útil desde el punto de vista social: Lleva mercancías, materiales para la construcción de una vivienda o un hospital, traslada personas para que realicen trabajos o a niños para que acudan a un colegio o enfermos a ser atendidos por médicos, etc. Pero, en este caso, ¿qué satisfacción puede sentir un chofer de estos vehículos, sintiendo que ocupa espacios necesarios para trabajos más productivos, consumiendo un producto no renovable, contribuyendo a hacer más pesado el tráfico?
El capitalismo no tiene miramientos; es irracional e inhumano. La publicidad en su afán de vender se lleva por delante lo que sea: valores, tranquilidad y hasta la salud mental de la gente.
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