sábado, febrero 25, 2006

Visión opositora del voto

Por: Rafael Hernández Bolívar

En santísima alianza la oposición se lanza en una nueva cruzada. Primero Justicia, Movimiento al Socialismo, Izquierda Democrática, La Causa Radical, Solidaridad, Gente del Pueblo, Nueva Democracia, Asamblea de Educación y Compromiso Ciudadano, -más nombres que gente- unen sus fuerzas. Ahora se trata de “devolver” el contenido de la institución del voto. A su criterio, el gobierno “ha vaciado de contenido la institución democrática del voto” y los venezolanos han distorsionado el valor y la significación que el voto tenía en los mejores momentos de la Cuarta República. Lamentablemente no explican en que consiste la distorsión.

Si evaluamos por contraste lo que era la práctica del voto en el pasado y lo que es hoy, esta concepción de la oposición no puede menos que lucir atrasada y antidemocrática. Nunca como ahora el voto ha sido un instrumento de decisión trascendente en la vida política del país. Por el voto el pueblo decidió un nuevo presidente, una nueva constitución, eligió representantes del poder local, ratificó en un revocatorio a su presidente, etc., y sobre todo, resolvió conflictos políticos que en otra época no era posible resolver sino a plomo limpio. Vale decir, en contraste con la rutina de escoger cada cinco años entre candidatos que representaban lo mismo, entre los candidatos de AD y Copei; por primera vez, utilizando el voto como arma, el pueblo ha decidido transitar un camino absolutamente nuevo y ha hecho de la participación un evento cotidiano.

Hay más: En la infinidad de formas organizativas que han surgido al calor del proceso bolivariano, se instrumentan decisiones sobre la base del voto de los miembros de comités de salud, de tierra, de cooperativas, de equipos de trabajo, de asociaciones de vecinos. El voto representa la voluntad y la decisión de los ciudadanos.

¿Significa que para la oposición el verdadero sentido del voto es el de la escogencia entre sus candidatos? En este caso, la tarea que se han propuesto resulta muy cuesta arriba.

sábado, febrero 11, 2006

Contra el nominalismo

Por: Rafael Hernández Bolivar

En su versión más burda, el nominalismo es la creencia en que basta nombrar las cosas para que existan. Historiadores de nuestro país dicen que en Venezuela se lo debemos a los españoles a quienes les bastaba colocar un tronco en un descampado para nombrar ciudad a ese espacio. Fundar una ciudad precedía a la existencia de ciudadanos, casas, calles, instituciones, etc. Con sólo nombrarla, la ciudad existía y se hacía cosa corpórea.
Esta tendencia ha servido en no pocas oportunidades para la manipulación y el engaño, utilizada hábilmente por los gobernantes. Aprueban proyectos, toman decisiones sobre asuntos trascendentes, hablan de ellos como hechos ciertos, tangibles, a la vista de todos; pero no son más que palabras: Proyectos que no se realizan, decisiones que no se implementan jamás.
También el nominalismo tiene su versión en las leyes. Normamos sobre procesos que no existen y pretendemos con ello darle vida a lo que nada tiene que ver con los fenómenos de la realidad social. Más aún, ilusamente pretendemos que complejos fenómenos sociales de participación y decisión colectivas se desarrollen a partir de las normas aprobadas.
Tenemos que darnos la oportunidad de imaginar y crear un nuevo Estado. Los cambios deben seguir su curso y reprimirnos la tendencia generalizada de ponerle un nombre apenas intuimos que puede ser algo nuevo. Cuando esto hacemos abortamos los procesos y le ponemos amarras. En nuestro afán de agarrar conceptualmente los fenómenos, abortamos su desarrollo y los convertimos en otra cosa.
No hay que desesperarse. Se requiere trabajar para que los procesos maduren y crezcan plenamente todas sus posibilidades. Creámosle a Rigoberto Lanz que habla de la capacidad creadora de la turbulencia; resolvamos positivamente la disyuntiva de Simón Rodríguez e inventemos. No definamos cosas antes de tiempo, sin habernos dado la oportunidad de vivirlas.
Cuando menos nos evitamos hacer leyes de ensayo y error; de aprobarlas por la mañana para modificarlas en la tarde. ¿Ejemplos? Ley de cooperativas, consejos comunales de participación y hasta la mismísima Constitución.

miércoles, febrero 01, 2006

El liderazgo opositor



Por: Rafael Hernández Bolívar

José Vicente Rangel, Vice-Presidente de la República, ha dicho que la marcha realizada por la oposición del domingo 22 de enero no se merece los discursos que dieron los oradores de ese día. En realidad se quedó corto. Lo que no merece esa marcha -ni la oposición en general- son los dirigentes que se atribuyen su liderazgo. Otros discursos pronunciados por esos mismos dirigentes hubiesen resultado igualmente insustanciales. Porque la capacidad motivadora del discurso depende en gran medida de quién lo dice y no sólo de lo que se dice, de los conceptos y las propuestas que se ponen en circulación.
Ramos Allup y Antonio Ledesma no pueden sino espantar a los venezolanos. Su vinculación con la gestión de los gobiernos de la Cuarta República los hace responsables del desastre que provocaron en el país y los ciudadanos de sano juicio no pueden confiar en prédicas unitarias y propuestas de salvación nacional en boca de quienes tienen un historial de zancadillas, de indiferencias ante los problemas del pueblo y de gestiones plenas de corrupción e ineficiencia. ¿Cómo escuchar a Ledesma y no recordarlo fingiendo dificultades respiratorias en una manifestación en La Guaira, -mascarilla de oxígeno incluida- cuando minutos antes, segundos antes de la llegada de la televisión, con envidiable salud gritaba órdenes a sus ayudantes? ¿Puede semejante farsante decir algo honesto y convincente?
No se trata de que el gobierno defina la oposición que le convenga ni mucho menos que defina quienes deban ser los dirigentes opositores. Lo que los venezolanos aspiramos es a líderes responsables, genuinamente comprometidos con el país; aunque tengan propuestas distintas a las que sostiene la mayoría hoy agrupada alrededor del proyecto revolucionario.
Una oposición así, en su lucha por ganar el apoyo de los grandes sectores populares, difundirá ideas y proposiciones; criticará al gobierno en tanto sus prácticas resulten negadoras del nuevo programa y apoyará lo que sea bueno para el país. Este proceso de discusión y enfrentamiento sería sumamente enriquecedor.

Ganaríamos todos.