Por Rafael Hernández Bolívar
Empresas alemanas pagan experimentos en humanos y en monos con la intención de demostrar que no son graves los efectos dañinos a la salud que causan los nuevos motores diésel.
Fraude continuado
Volkswagen, Daimler, BMW y otras empresas del sector automotriz alemán crearon en 2007 la Asociación Europea de Estudios sobre la Salud y el Medio Ambiente en el Transporte (EUGT). A fin de saltar la normativa europea y la legislación norteamericana en lo relativo a la emisión de gases tóxicos por motores diésel, la EUGT llevó a cabo dos estudios con seres vivos.
En el primer caso, en el laboratorio del Lovelace Biomedical de Alburquerque (Nuevo México, EEUU) 10 monos fueron sometidos a la inhalación de gases emitidos por un Volkswagen Modelo Beetle en una habitación cerrada. Los pobres animales fueron sometidos a varias sesiones durante largas horas, mientras eran distraídos viendo dibujos animados visualizados en un televisor.
En el segundo caso, el experimento se realizó en un laboratorio de la Clínica Universitaria de Aquisgrán (Alemania). Fueron usados como cobayas 25 personas (6 mujeres y 19 hombres). Inhalaron dióxido de nitrógeno en sesiones de tres horas durante varios días. El dióxido de nitrógeno es uno de los gases emitidos por la combustión de los motores diésel.
Los resultados, adornados con la parafernalia científica (muestra limitada que impide generalizaciones a la población, datos referentes a uno sólo de los gases emitidos, etc.), en general, hablan de que los efectos dañinos no son tantos como se cree ni como los contempla la normativa vigente. Aunque para el periódico alemán Bild, estos no serían los verdaderos resultados. Los documentos del estudio se ocultan, pues los efectos, en realidad, de acuerdo al periódico, serían más nocivos en los nuevos motores que en las versiones anteriores.
Sin embargo, basta con una revisión crítica de los procedimientos y los elementos involucrados en la investigación que hasta ahora conocemos para ver que aquí no hay más que publicidad, engaño y ausencia de ética. Nada más y nada menos que olvidan el detalle de que el vehículo utilizado en el estudio estaba dotado del software que minimiza la emisión de gases cuando está sometido a evaluación en laboratorio y, sin embargo, multiplica por 30 el volumen de gases emitidos cuando está en circulación.
Detallito que fue la razón por la cual la Agencia de Protección Ambiental de los EEUU multó al Grupo Volkswagen con veinticinco millones de dólares en 2015. Esta empresa había puesto en circulación en todo el mundo no menos de once millones de vehículos dotados del software para engañar a los funcionarios de ambiente de EEUU y Europa y, así, aprobar los estándares de emisión de gases.
Ciencia para engañar
El uso y el abuso infringidos a la ciencia por las grandes empresas ha sido tema de crítica y debate. Son temas comunes en la discusión el que sean ellas las que determinan las áreas de investigación prioritarias en función de sus objetivos de negocio y rentabilidad. Derivándose de esto la disposición de recursos de aquellos proyectos que encajan en sus intereses y el ahogamiento financiero de los que no les son útiles. Terminan por imponer las grandes líneas de investigación de la sociedad, con sus recursos y los de todos, al servicio de sus intereses crematísticos.
Igualmente son temas de censura el robo de cerebros, el ocultamiento de resultados adversos a sus intereses comerciales, el aprovechamiento particular de resultados de investigaciones hechas con el financiamiento de la administración pública o por instituciones públicas, el secuestro de información que puede ser útil al resto de la sociedad, etc.
Constituye asunto aparte la ética en el diseño de investigaciones que involucren a seres humanos sometidos a experimentación. En este sentido, la exigencia indispensable de la sociedad es que se preserve de riesgos a los seres humanos no sólo durante la investigación sino también prevenir y evitar posibles secuelas en los sujetos experimentales. Previo a ello debe tener una absoluta justificación no sólo científica sino también que sus resultados redunden en bienestar para la humanidad y se concreten en pautas que enriquezcan el ambiente, la vida y la sociedad. Y, por supuesto, es necesaria una absoluta transparencia y el conocimiento del sentido y los riesgos de la investigación.
En el caso que nos ocupa, la investigación realizada por la EUGT por encomienda de las empresas automotrices revela todas las irregularidades censuradas. A tal punto que un funcionario del gobierno de Ángela Merkel ha dicho que lo hecho “no tiene justificación ética ni científica”, es “absurda y repugnante” y estas empresas deberían dedicarse a disminuir los gases contaminantes en sus motores antes que pretender demostrar “que son pocos nocivos”.
Todo por la renta
Pareciera que nada está a salvo del poder de destrucción y de perversión del capitalismo. Las más nobles y excelsas creaciones humanas se desdibujan y se desnaturalizan bajo su influjo, sobre todo cuando ha llegado a su nivel de incompetencia y el agotamiento de todas sus posibilidades. Quizás la afirmación de Adam Smith de que los productores se esmeran en ofrecer los mejores productos para así ganar el mercado y vender más, pudo haber sido ligeramente válido en algunas fases del capitalismo. Pero hoy la competencia feroz apunta a los esfuerzos de las empresas de apropiarse del mercado mediante el engaño, la burla de las leyes y la seducción del comprador por vía de la mentira.
Todos los mecanismos de defensa del capital se ponen en alerta ante una denuncia como esta en la que están involucradas las empresas alemanas del automóvil. Si salta la denuncia a la opinión pública, es posible conseguir, en alguna medida, expresiones y medidas de castigo. Pero pronto el sistema se reestablece y diluye responsabilidades y minimiza efectos.
Los directivos de estas empresas llegan hasta rechazar lo sucedido y niegan cualquier responsabilidad. Los gobiernos y los sistemas de justicia hacen gestos reverenciales para que todo siga igual.