Por: Rafael Hernández Bolívar
Tuve la oportunidad de ver la intervención que en su
programa “Cayendo y corriendo” hizo Miguel Angel Pérez Pirela a propósito de la
manipulación mediática de la que se valió El Nacional para proyectar la imagen
del Maestro José Antonio Abreu como padrino de las pretensiones canallas de
Miguel Bosé y Juanes. Me sentí muy bien que, ante la carnicería inmerecida de
que era víctima este venezolano de excepción, por quienes, a estas alturas,
todavía son capaces de creer lo que publica El Nacional, Pirela utilizara su
voz y su prestigio para hacer justicia con quien es el creador y espíritu de
esa experiencia pedagógica y humana extraordinaria llamada el Sistema Nacional
de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de la República Bolivariana de
Venezuela.
Solamente agregaría que no hay derecho a exigirle al Maestro
Abreu más de lo que ha dado y lo que sigue dando: Poner lo mejor de su esfuerzo
y de su talento en continuar un programa que ha dado felicidad y formación
musical y humana a miles de jóvenes venezolanos y a sus orgullosas familias.
Parafraseando a Fidel, diría que no es una revolución marxista; pero, en
términos marxistas, ¡es un carajazo de revolución!: humana, estética, solidaria
y profundamente popular. Nada menos y nada más que ha popularizado lo que antes
sólo estaba reservado a los llamados altos estamentos sociales.
¿Por qué pedirle conductas propias de un militante político?
¿Lo preferiríamos en las plazas públicas y en los espacios de televisión dando
discursos a favor de la revolución e insultando a sus enemigos antes que
concentrado en su tarea pedagógica y organizativa? ¿Qué una cosa no niega la
otra y hay gente que puede hacer ambas? Es verdad. Pero eso no desmerita a
quienes se dedican intensamente a una sola cosa: A hacer la revolución
política, o hacer la revolución musical con la incorporación masiva de jóvenes
de sectores populares, o hacer productivos los campos venezolanos, o a defender
nuestras fronteras, o a curar a los enfermos, etc., etc. En todos esos casos,
hay que hacer bien el trabajo. Y cuando se hace bien el trabajo, satisfaciendo
las necesidades materiales y espirituales de las mayorías e incentivando los
poderes creadores del pueblo, como decía Aquiles Nazoa, no sólo se hace
política sino que se hace la mejor política.
No conozco personalmente al Maestro Abreu ni necesito
conocerlo para tener una opinión sobre su obra. Eso sí, he sido testigo de la
transformación profunda y de los rostros de felicidad de niños que acudían y
acuden a núcleos del sistema. En particular, recuerdo a un niño –hoy es un
adulto- que hacía de empaquetador en un automercado de Catia. El entusiasmo y
la alegría contagiosa con que hablaba de su experiencia de aprender a tocar el
violín es lo más parecido que he visto a la igualdad de oportunidades para
acceder a todas las opciones de la cultura que han sido negadas a los pobres
durante toda la historia de este país.
Así, compañeros, tomen un poco de valeriana y pongan sobre
una balanza la palabra y, sobre todo el trabajo del Maestro Abreu, de un lado,
y la palabra y –otra vez, sobre todo- el trabajo de El Nacional, Bosé, Juanes y
cuanto enemigo del proceso de la revolución ande suelto por allí. Verán, que al
igual que yo, terminarán concediéndole la razón a Pérez Pirela.
rhbolivar@gmail.com