sábado, septiembre 15, 2007

La importancia del enemigo


Por: Rafael Hernández Bolívar

En una escena memorable de la película “Ahí está el detalle”, el alguacil de un tribunal manda callar a Cantinflas que, en ese momento, era procesado injustamente por un supuesto asesinato. Cantinflas responde airado: “¿Cómo que me calle? ¡Más respeto, señor! Yo no soy cualquiera. ¡Yo soy el acusado!”. Algo así podrían decir nuestros enemigos, adversarios y hasta nuestros aliados: “Más respeto, señores. Yo no soy cualquiera. ¡Yo soy ni más ni menos que el enemigo!”
Y es que en verdad estas cualidades son demasiado importantes para no tratarlas con respeto. Una estrategia exitosa debe partir de una objetiva caracterización de amigos y enemigos, de ventajas y desventajas, de obstáculos y palancas. Si intercambiamos unos por otros, necesariamente nos perderemos.
Parece urgente en el campo revolucionario venezolano discutir con profundidad conceptos claves del hacer político cotidiano. Enemigo, adversario, aliado, entre otros, requieren de una severa y perentoria definición; pues, de la correcta caracterización de cada uno de ellos, de los sujetos que formarían parte de cada conjunto definido, dependerán la estrategia y las tácticas a desarrollar en esta lucha por la conquista de una nueva sociedad. En consecuencia, no se puede abusar en la utilización de esos términos y desgastarlos por efecto de su uso inadecuado o impropio.
Es verdad que son conceptos relativos a determinadas situaciones y a conflictos específicos, alrededor de los cuales adquieren su pleno significado. Un mismo sujeto puede pasar de aliado a enemigo o a adversario. O seguir el camino exactamente al revés. En nuestra revolución y en todas las revoluciones, abundan ejemplos en uno u otro sentido. Pero está visión dialéctica e histórica no niega que en cada momento estas palabras tengan un significado preciso, sin equívocos, claro.
Estas no son definiciones absolutas ni subjetivas. Lo primero nos ata fatalmente, anula toda capacidad de crítica y nos hace más vulnerables. Además, nadie es enemigo, adversario o aliado per se. Será, de una condición o de otra, en relación a su ubicación concreta ante un conflicto o posición. Más allá de su conciencia o voluntad manifiesta, los hechos se encargan de ubicarlo en el campo que le corresponda. Por otra parte, la calificación subjetiva cada día despierta justificada desconfianza. Es parapeto predilecto de farsantes y oportunistas. Hay quienes proclaman a los cuatro vientos su condición revolucionaria y, objetivamente, en su conducta cotidiana, trabajan de manera inconciente o no, socavando las bases de la revolución.
Ya tenemos bastante combatiendo a los enemigos declarados para que, adicionalmente, tengamos que distraer fuerzas empujando aliados –fuertes en unos puntos, vacilantes en otros- al campo enemigo y ponerlos en la situación del tigre herido que ante la inminencia de su muerte saca fiereza insospechada y se defiende con garras y dientes. Parafraseando a Ghandi -que decía que si todos aplicáramos la ley del Thailón, pronto la tierra sería habitada por ciegos y desdentados- diríamos que el verdadero enemigo terminará fortaleciéndose y haciendose más poderoso a fuerza de alimentarse con nuestros aliados que se atrevan a discrepar con nosotros sobre este u otro punto no fundamental. Y no necesariamente porque se incorporen de manera activa al frente enemigo –que así ocurre en muchos casos- sino porque se aíslan del proceso, pasan a ser espectadores y, sus aportes, necesarios en nuestro campo, permanecen, sin embargo, inertes.
Este fenómeno, por cierto, no tiene nada que ver con el combate ideológico contra prácticas e ideas que obstaculizan el avance de la revolución. Ni que nos hagamos de la vista gorda ante errores teóricos o políticos de nuestros aliados. Hay que identificar, aislar y combatir posiciones políticas reaccionarias, buscar su fundamentación y contrastarlas con el proyecto de transformación radical de la sociedad venezolana. Pero esto no se puede confundir con ataques y descalificaciones personales o grupales, entre otras cosas, porque la realidad es compleja y los evaluadores de esa realidad difieren en experiencia y esquemas conceptuales que pueden conducirlos a posiciones diferentes, aún compartiendo sincera y profundamente el anhelo fundamental de una sociedad justa, democrática y socialista. Mucho más cuando han estado a nuestro lado y han dado muestras de consecuencia con el proyecto revolucionario en momentos críticos y decisivos para el futuro de la Revolución.

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