Por: Rafael Hernández Bolívar
La oposición política venezolana no es capaz de generar consensos ni entre sus partidarios. Mucho menos puede aspirar que sus proposiciones políticas ganen el apoyo de las mayorías. La prueba más elocuente de esta proverbial incapacidad es el desvarío y la cadena de torpezas desplegadas con motivo de las primarias para escoger un candidato presidencial unitario.
Los sectores más atrasados terminaron por imponerse sobre los demás: Sabotearon las primarias, sembraron incertidumbre y frustración. No hubo manera de arribar a un mínimo de acuerdos sobre criterios, métodos o personas. Llovieron candidatos sin liderazgo ni ideas. Aventureros y payasos con la misión de quitarle toda significación democrática y ciudadana a las elecciones de 2006.
Pero este desenlace no deja de ser interesante en tanto revela las inconsistencias y falsedades de esa oposición que durante mucho tiempo apostó esperanzas a la idea de la gobernabilidad. Decía que la política era la práctica social que permitía la creación de los consensos necesarios para garantizar la gobernabilidad. Acusaba al gobierno bolivariano de no trabajar para el consenso sino para la discordia, de sembrar enfrentamientos y dividir la sociedad venezolana. Apelaba a la histérica campaña orquestada por los grandes medios de comunicación como testimonio fehaciente de un país fracturado.
Por supuesto, fue incapaz de entender la conformación de un nuevo consenso: El consenso de las grandes mayorías alrededor de un programa de transformación profunda de la sociedad venezolana, más justa y más identificada con las tradiciones solidarias y libertarias de nuestro pueblo.
El consenso para esa oposición es la agrupación de los venezolanos alrededor de un programa antinacional destinado a perpetuar los privilegios de unos pocos a costa de grandes masas de excluidos. Tal como lo definió el Presidente Chavez en su oportunidad: Consenso pa’ Bush, gobernabilidad pa’ EEUU.
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