Por Rafael Hernández Bolívar
La capacidad histriónica de Antonio Ledesma le asegura un puesto distinguido entre los farsantes.
Confirman esta verdad actuaciones consagratorias como la que realizó ante un grupo de comerciantes de Catia víctimas de saqueos y de las compañías aseguradoras, con exageradas expresiones de indignación, con regaños a subalternos y compromiso urgente de atender el desamparo… a la vez que tomaba medidas para no recibirlos más. O la interpretación en vivo y directo en una protesta de calle en La Guaira. Allí, ante los ojos de miles de televidentes, vimos una transmutación espectacular en segundos: el enérgico agitador Ledesma impartiendo instrucciones a sus seguidores se convirtió en un pacífico ciudadano maltratado por los gases lacrimógenos gracias a un audaz salto felino sobre una camilla de ambulancia y la inmediata colocación de una mascarilla de oxígeno que precedió unas palabras cortadas, asmáticas, agónicas. Bastó una oración mágica: “Antonio, ya la televisión está aquí”.
Las actuaciones posteriores a estos eventos fueron réplicas desvaídas de aquellas interpretaciones estelares, aunque todavía no dignas de envidia de los actorazos del teatro bueno y del otro también. Sus aspavientos al momento de su detención por la policía o la simulación de achaques corporales para solicitar una medida humanitaria de casa por cárcel son escarceos menores de su distinguido talento.
El prófugo de la justicia viene ahora por sus fueros. Como es de esperarse, se desvanecen sus ilusorios problemas de salud. Pero, sobre todo, intenta colocarse en un papel de héroe valiente y salvador de obstáculos, perseguido furiosamente por un régimen dictatorial implacable. Cuando llegó a Colombia, habló de haber sorteado 29 puestos policiales. Pero al día siguiente, en España dijo que eran treinta. Así que a la vuelta de un par de meses serán cien.
No obstante, Ledesma tiene un problema: No es creíble. Mucho menos cuando llega a España el mismo día en que millones de españoles vieron por televisión que los más radicales críticos al gobierno de Nicolás Maduro decían que ni con una pistola apuntándoles a la cabeza votarían por la oposición.