Por Rafael Hernández Bolívar
Es lamentable el drama político español actual. La derecha de los recortes presupuestarios en asuntos de salud, de educación y de protección social es quien capitanea y marca el ritmo y la orientación del conflicto catalán en ambas fracciones enfrentadas. En otras palabras, la verdad es que el pueblo está excluido, llámese español o catalán y sólo se acude a su nombre para darle legitimidad a las acciones políticas.
En ninguno de los dos bandos hay un programa de empoderamiento de las grandes mayorías, de ampliación y de profundización de la democracia. Es verdad que la monarquía está claramente posicionada de un lado; pero, eso no significa que del otro haya un firme propósito democrático y de justicia. Tampoco un plan liberador de los lineamientos económicos impuestos por el poder financiero mundial a través del Banco Europeo y del Fondo Monetario Internacional ni proposiciones de alianza y de solidaridad entre los pueblos en un mundo oprimido por los grandes capitales y por los centros imperialistas.
En su lugar, el lenguaje desbordado de las discusiones revela las motivaciones en toda su crudeza: “España (ustedes) nos roba” dicen los unos. Los otros ripostan: “Cataluña (ustedes) quiere tener su propia justicia para no responder por el dinero robado en los últimos cuarenta años”.
Gota adicional que desborda el vaso de la desolación es la ausencia de un papel protagónico y claramente diferenciado por parte de la izquierda. Podemos e Izquierda Unida tienen las posiciones con mayor orientación democrática, internacionalista, a la par que visualizan los graves problemas de España que deben discutirse e integrarse en el esfuerzo común de todas las regiones. Pero hasta ahora no tienen la iniciativa política que tome cuerpo en la actual coyuntura.
Se posicionan ante acciones específicas de los contendientes; pero, dejan que esos mismos contendientes ocupen los espacios que de otra manera ocuparía una izquierda con vocación de poder y menos concesiones.