Por: Rafael Hernández Bolívar
Luis Ugalde, sacerdote católico, citando una canción de Alí
Primera, predica sobre la paz en el diario El Nacional, en su edición del 24 de
enero. Si uno obvia el manifiesto anticomunismo y la secreción de desprecio
hacia los sectores populares que se cuelan en el artículo, compartiría muchas
de sus afirmaciones. Suscribiría eso de “vencer el egoísmo, la codicia, el
deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras
injustas”. Aplaudiríamos eso de “sentir como propias las necesidades y
exigencias del prójimo”. Y, por supuesto, haríamos nuestra, la expresión “el
objetivo de toda economía no es la ganancia económica ni la dominación
política, sino las personas y sus vidas dignas...”
Pero quien dice todo esto es la misma persona que ve, en las
acciones del gobierno por una redistribución justa de la riqueza nacional, la
pretensión de mantener a los pobres como parásitos del Estado y sumisos del
gobierno. Es el mismo que defiende las “estructuras injustas”, origen de los
males sociales que nos aquejan y fuente de la insaciable voracidad de los
“tiernos“ y “solidarios” hombres de negocios. Y su empatía y profunda identidad
con el pueblo religioso, le permite decir que las manifestaciones populares de
fe por la salud del Presidente Chávez no son más que una misa por el petróleo y
las dádivas del gobierno.
Cuando leí el Tartufo, de Moliere, me parecieron un tanto
exageradas las manifestaciones de fe del hipócrita que aparecen en la obra.
Pensaba que un sujeto de esta naturaleza se cuidaba de aparentar espontaneidad
y circunspección como una estrategia apropiada para ser creído; pues, en caso
contrario, una exageración del papel representado le tumbaría la careta.
Unas cuantas experiencias personales y colectivas me han
demostrado que Moliere tenía toda la razón. La capacidad de desdoblamiento de
los hipócritas no agota la capacidad de asombro. En todo caso, hoy disculpo mi
ingenuidad; pues, al fin y al cabo, cuando hice tal lectura, apenas salía de la
adolescencia. Pero, pasados unos años de tal lectura, el cura Ugalde, con su
vivo ejemplo, una vez más, viene a dale la razón a Moliere.
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