jueves, diciembre 09, 2010

El censor en manos de Vargas Llosa

Por: Rafael Hernández Bolívar

Todo termina por saberse. Tarde o temprano.

Es cosa sabida –y sobre todo, sufrida por los escritores de la época- que durante la dictadura de Francisco Franco existía una maquinaria implacable de censura sobre cuanto se editaba en España. Acción que se ejercía por igual sobre los escritores residentes en España y sobre escritores de otras latitudes que publicaban en territorio español. Pero lo que sí constituye una novedad es constatar el pragmatismo rampante y la disposición colaboracionista de algunos de los escritores censurados, víctimas de ese atropello. Sobre todo cuando hoy se muestran como enconados adalides de la libertad, dispuestos a librar batallas por ella en cualquier parte del mundo. No sólo en donde tal libertad aparece evidentemente vulnerada sino también en aquellos países en dónde se sospecha que sus mal intencionados gobernantes proyectan a futuro socavar las bases que sustentan la preciada libertad.

Esta constatación me produjo un impacto similar al que hace ya algún tiempo me produjo la lectura del libro Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt. Libro éste en donde se reseña la eficiente colaboración que brindaron algunos judíos respetables en el exterminio de sus hermanos de religión. Se dice allí cómo se integraron brigadas de judíos en los ghettos para mantenerlos bajo control; cómo estas brigadas hacían inventarios de los bienes de los residentes para facilitar la labor expoliadora de las autoridades nazis; cómo elaboraban listas de los judíos que serían llevados a los campos de exterminio y cómo perseguían a los desertores hasta alcanzarlos y montarlos en los trenes de la muerte. Me horrorizó cómo, en el momento en que la comunidad internacional ponía barreras económicas a los nazis, los judíos de Israel se convirtieron en un eficiente mecanismo de comercialización de productos alemanes mediante el trueque de estos productos por sus propiedades en Alemania, burlando así las barreras económicas.

A propósito de los múltiples homenajes brindados a Mario Vargas Llosa en ocasión de su recién otorgado Premio Nobel, el diario español El País, en un reportaje intitulado Vargas Llosa en manos del censor, acaba de publicar resúmenes de los informes de censura que elaboraban los funcionarios de Franco sobre las obras del galardonado escritor. Con ello se pretendía presentarlo como una víctima más de la censura franquista; pero, el resultado, a los ojos de cualquier atento lector, es contrario a los objetivos del diario. En realidad han hecho el retrato de un colaboracionista del régimen franquista y han tirado al suelo la imagen de pertinaz luchador por la libertad de expresión y la libertad de creación que inútilmente pretendió vendernos Vargas Llosa.
Efectivamente, en ese momento, los censores califican a Vargas Llosa de “marxista, anticlerical y antimilitarista”. Recomiendan recortes de sus obras y censuran expresiones y párrafos. Pero –y esto es lo terrible e inesperado- reseñan también los esfuerzos de Vargas Llosa para complacer a sus censores: Almuerzo en el Club Internacional de Prensa con Carlos Robles Piquer, director general de Información de quien dependía la censura franquista; revisiones del lenguaje y supresión de párrafos incómodos; disminución del acento en cuestiones que pudieran irritar a los militares; difuminación de las posturas marxistas; y, sobre todo, un silencio estruendoso y conveniente sobre lo que ocurría en España durante la dictadura franquista. Un rédito adicional fue el barniz de tolerancia con que se cubrió el régimen al permitir la publicación de un “escritor rebelde y cuestionador”.

¿Qué fue a decirle Vargas Llosa al censor de Franco? ¿Fue a reivindicar su derecho a libre creación y a la libre expresión del pensamiento? ¿Fue a protestar contra el atropello? Parece que no. Del informe se desprende que fue a negociar. Y cuando tal cosa sucede significa que hay un reconocimiento de las partes en sus derechos: El derecho del censor a censurar y el derecho del escritor a publicar. La pretensión de Vargas Llosa no es cuestionar el derecho del censor sino limitar su acción. ¿Cómo lograr tal cosa? Sencillo: Persuadiendo al censor de que Vargas Llosa es inofensivo para los intereses de la dictadura: Es un buen muchacho dedicado al juego inocente de las palabras y con la mejor disposición de ánimo para la colaboración y la adaptación.

¿Qué nos induce a pensar lo anterior? El informe que de la reunión da el censor Robles Piquer: “Le hice algunas observaciones sobre cuestiones de forma que entendió perfectamente. En aquel momento me preocupaba que la novela pudiera sonar contra los militares". Más claro ni el agua. Es más, un censor deja constancia de los cambios en las obras posteriores: “Desaparece el tono marxista del primer volumen…”.

Pero, objetaría alguien, ¿el censor dijo la verdad sobre este asunto? Pues el mismo Vargas Llosa se encarga de decir que sí. En carta del 17 de julio de 1963 dirigida a Robles Piquer le informa de las modificaciones hechas: suaves pinceladas "introduciendo un clima de ambigüedad a base de eufemismos y frases elípticas", que "que no alteraban en lo fundamental ni el contenido ni la forma del libro". Eso sí, haciendo al final de la comunicación un ritual e insípido saludo a la bandera: “esto en nada modifica mi oposición de principio a la censura, convencido como estoy de que la creación literaria debe ser un acto eminentemente libre, sin otras limitaciones que las que le dictan al escritor sus propias convicciones". No puedo dejar de imaginar la sonrisa que ahogó la carcajada de Robles Piquer al leer semejante frase.

Ahora bien, ¿qué obligaba a Vargas Llosa, en ese momento ciudadano de otro país, a someterse a esa humillante situación? ¡Cuestión de negocios! ¡El mercado editorial español era para ese momento y sigue siendo muy apetecible para todo escritor de lengua hispana! Es de nuevo, el mismo Vargas Llosa quien se encarga de refrendar la verdad. En su discurso en ocasión de recibir el Premio Nobel, refiriéndose a la misma época de reuniones y cartas con Robles Piquer, dice: “Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores”. Frente a expresiones de esta naturaleza los abogados suelen decir: A confesión de parte; relevo de pruebas.

También, adicionalmente, en este discurso Vargas Llosa –en este caso no por lo que dice sino por lo que no dice- confiesa su pacto de silencio con la dictadura franquista. Reseñando sus “luchas por la libertad” dice que ha pedido sanciones económicas y diplomáticas a países con regímenes dictatoriales, actitud que ha mantenido “siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania”. ¿Franco? ¿Dónde está? ¿Y contra Franco, una dictadura tan de verdad como la de Pinochet, en donde vivió por los menos trece años de los cuarenta que duró el régimen? ¿Solicitó alguna vez Vargas Llosa alguna sanción económica o diplomática contra esta dictadura? Parece que sólo hubo silencio durante los trece años que vivió y disfrutó en España hasta la muerte del dictador.

Pero este mismo señor es el mismo que hace apenas unos días llamaba a defender a los “perseguidos” periodistas venezolanos –sin mencionar a ninguno ni especificar ningún hecho concreto- y que se permite decir " siempre habrá peligros emboscados detrás de los poderes. No debemos ser tolerantes ni complacientes. Estamos obligados a situarnos a la vanguardia de la defensa de la libertad de expresión". Más aún, en el discurso mencionado arriba, llega a decir: “las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra”.

Claro, Vargas Llosa, interés personal de lucro y prestigio mediantes, nos ha dado una lección moral de cómo “combatir” a los verdugos: Colocándose a su servicio, complacerlos en sus pretensiones, mirar para otro lado ante las situaciones embarazosas y fabricar silencios glaciales, majestuosos e impalpables. Unamuno dedicó varios ensayos a pensar la relación entre el autor y su obra. Recuerdo en particular uno de ellos, Lectura e interpretación del Quijote, en que afirma que si bien es verdad que hay hombres superiores a las obras que realizan también es cierto que hay obras que son superiores a sus autores y colocaba como ejemplo de esta última relación nada menos que a Cervantes y al Quijote. Yo, modestamente, me atrevo a decir que, independientemente del poco o mucho valor que pueda tener la obra de Vargas Llosa –que a mi juicio es más lo primero que lo segundo- ésta siempre será superior al hombre que la escribió porque la farsa y los farsantes no tienen valor alguno.

rhbolivar@gmail.com