Por: Rafael Hernández Bolívar
Uno no puede evitar sonreír cuando observa los desesperados afanes con los que la oposición pretende estructurar una crítica sensata y consistente al gobierno bolivariano. Se echa mano de cuanto “argumento” esté al alcance, tenga o no que ver con el asunto de que se trate. Y cuando se agota el arsenal de socorridas y recurrentes acusaciones, se lanza, entonces, al ruedo, alguna frase o sustantivo altisonante, o novedoso, que dé el brillo que la argumentación no consigue por sí misma.
En ese afán, hoy, Petkoff –refiriéndose al Presidente Chávez- nos regala una parrafada de antología: “Este hombre está seriamente desequilibrado y ya ni siquiera se da cuenta de lo que dice. Incluso pareciera padecer de una seria patología psicológica conocida como disonancia cognoscitiva. La realidad va por un lado y él va por otra”. El voto o la vida. TalCual, 27/10/2008.
Pasemos por alto, por ahora, la pretensión de Petkoff de reducir la política al ámbito de la psiquiatría o la psicología individual. Tan cómodo recurso le permite dejar de lado al pueblo y al gran movimiento popular estructurado alrededor de esa política y que hoy consigue expresión en miles y miles de comunidades a lo largo y ancho del país. Pero, al fin y al cabo, esa es otra discusión.
Del párrafo comentado resalta otra cosa: La manifiesta ignorancia sobre la teoría de la disonancia cognoscitiva y el uso abusivo que hace de ella Petkoff para explicar la conducta del Presidente.
Lo primero que hay que decir es que la disonancia cognoscitiva no es una enfermedad y, mucho menos, una patología psicológica, como cree Petkoff. Es, por el contrario, un fenómeno psicológico absolutamente normal, cotidiano y harto frecuente. Más aún, puede ser una poderosa fuerza motivacional para el cambio. De acuerdo, a los investigadores que le han estudiado, puede tener a nivel psicológico la importancia que en el plano fisiológico tiene el hambre que induce a quien la experimenta a desplegar una serie de actos en función de satisfacerla o reducirla. Puede ser un mecanismo extraordinario para el crecimiento personal y para una relación más consciente con la realidad. En fin, cuando una persona que ha mantenido, por ejemplo, una determinada creencia y entra en contacto con una información que la niega o experimenta una conducta contraria a dicha creencia, se ve inducido a cambiar de creencia, de conducta, o conciliar las posturas contradictorias como manera de reducir la incomodidad o tensión que le produce esa disonancia.
Los teóricos del asunto se refieren a este concepto como tensión, conflicto, desarmonía, incomodidad, inconsistencia, no concordancia, etc., -nunca como patología- que surge entre cogniciones contradictorias en el individuo y provocan en él acciones específicas para reducir esa tensión mediante su negación, mediante cambios de cogniciones u otras estrategias de conciliación. León Festinger, el autor de la teoría, llama cognición “cualquier conocimiento, opinión o creencia sobre el medio, sobre uno mismo, o sobre la conducta de uno”. En todo caso, se trata de cogniciones del sujeto, del individuo y la consonancia o disonancia cognoscitiva se refiere a la relación de armonía o desarmonía que existe entre sus cogniciones. En ese sentido, nada que ver, en tanto fenómeno subjetivo, con que la realidad vaya por un lado o por otro. La conexión o desconexión del individuo con la realidad apunta a otros fenómenos psicológicos o psiquiátricos, no a la disonancia cognoscitiva.
Por ejemplo, en este momento Petkoff, -si alguien se molesta en mostrarle la definición de lo que es la teoría de la disonancia cognoscitiva-, tendría esta tensión específica: La asume como cierta y en lo adelante se referirá a ella en esos precisos términos o, la desechará, viendo en ella una maniobra distractora de chavistas sin oficio que por esta vía buscan hacer olvidar lo importante.
En mi modesta situación de lector, experimento también una disonancia cognoscitiva. Por una parte, puedo creer que Teodoro Petkoff es un editorialista informado, que opina sobre la base del conocimiento cierto de las situaciones sobre las que se pronuncia y que es leal en su argumentación. Pero, por otra parte, hoy tengo una cognición que niega esta creencia porque eso que esboza como disonancia cognoscitiva no se compadece con la definición que dan los que saben sobre el asunto –no está informado, no sabe de lo que habla y no es leal en la argumentación. Alguien podría argüir que exagero la nota, que al fin y al cabo todos ignoramos grandes parcelas del conocimiento humano y que son frecuentes este tipo de equivocaciones. Podría incluso agregar que esta cacería de gazapos sólo persigue descalificar al editorialista sobre aspectos accesorios y, de esta manera, quitarle fuerza sobre los aspectos sustanciales de la argumentación. Pero –y esta es mi razón-, ocurre que sobre base tan falsa se construye una acusación, para decirlo en el tono de Petkoff, seria. Nada menos y nada más que catalogar a una persona de desequilibrada y sobre la base de tal calificación interpretar su conducta política y personal.
Una reflexión subsidiaria de esta disonancia cognoscitiva es la que se desprende del contraste de quien se la pasa censurando “insultos” y “agresiones” del Presidente y, sin embargo, no tiene ningún empacho en practicar lo que con tanto ahínco critica, sin por ello, al parecer, experimentar ninguna tensión psicológica que lo induzca a conciliar dicha disonancia. Más aún, se ha especializado en inventar remoquetes para colgárselos a quien se manifieste partidario de la Revolución Bolivariana, en especial si es funcionario gubernamental, del Presidente de la República hasta el más humilde servidor público. Y no se trata de un insulto eventual, lanzado en medio del calor y la emoción de una concentración de masas. No. Basta con leer el editorial de cualquier día, que se supone escrito meditadamente, si cabe, para conseguirse la repetición de los mismos insultos y remoquetes. Con tales prácticas, Teodoro Petkoff no puede aspirar a que se tomen en serio sus cuestionamientos. Menos aún con este record antológico de hacer en un párrafo de tres oraciones seis afirmaciones falsas: Las correspondientes a las oraciones y la que corresponde a la relación lógica que las une.