Por: Rafael Hernández Bolívar
La página web de El Tiempo, Bogotá, publicó hace ya algunos días, una nota que da cuenta de la decisión de la General Motors de trasladar parte de su producción a Venezuela. Dicha empresa tenía previsto para el presente año exportar a nuestro país 43.500 vehículos desde sus plantas de Colombia y Ecuador; pero, debido a los controles aduanales establecidos en Venezuela para estimular la producción nacional, General Motors llegó a la conclusión que le resultaba mejor negocio hacer este traslado. Hasta aquí la breve noticia.
El efecto que produjo esta noticia sobre los asiduos lectores de El tiempo es sencillamente devastador. Lo que no es más que una decisión económica rutinaria en el sistema capitalista, determinada por la lógica del máximo beneficio con el mínimo de recursos y esfuerzos, provoca en los adoradores del imperialismo norteamericano, confusión, contradicciones y hasta indignación y rabia.
En mensajes recogidos en la misma página del periódico hay expresiones de preocupación debido a la importancia de Venezuela para los productos colombianos; algunos lectores se quejan del abandono de los gringos a pesar de toda la voluntad del gobierno colombiano por defender sus intereses; hay quienes encuentran como razón de la decisión de la General Motors que, ante la ausencia de controles aduanales protectores de la industria nacional en Venezuela, le resultaba mejor contratar la mano de obra colombiana, desprotegida y peor pagada; otros se rebelan contra Uribe acusándolo que con su actitud de entrega se aleja de Latinoamérica en función de imperialistas que no dudan en irse a otro lugar cuando las ganancias se mudan también y, sobre todo, los lectores cuestionan si será cierta esa imagen de una Venezuela empobrecida y en el caos por obra de la gestión de Chávez que ha pintado con tanta furia la prensa colombiana. Hay incluso quien afirma que el atractivo que tiene Colombia para las inversiones gringas es que tiene al lado el atractivo mercado venezolano; pero, que bastaría mayores controles en la importación de mercancías por parte de Venezuela para ver como esas empresas emigrarían de inmediato. En fin, la actitud pro-gringa de Uribe aleja a Colombia del vital mercado venezolano, conduce al cierre de empresas y lanza a la calle a miles de trabajadores.
No soy de los que salta de alegría por esta decisión de la empresa gringa. Básicamente porque revela lo que todo el mundo sospechaba: Que las empresas importadoras de automóviles obtenían bajo este mecanismo el acceso a dólares oficiales, multiplicando sus ganancias y utilizándolos para otros fines y, porque soy de los opuestos a la fabricación irracional de vehículos que inundan las ciudades, haciéndolas intransitables e invivibles, sin mencionar la destrucción ambiental y el aire irrespirable. Pero no dejo de sentir una leve satisfacción; pues, estos hechos mueven a la reflexión y a la duda en una opinión pública colombiana aletargada por la propaganda sobre el libre comercio y las bondades del capitalismo.
Conclusión: La realidad es terca. Por más que los medio de comunicación intenten tergiversarla, manipularla y poner sus versiones al servicio de sus intereses, los hechos terminan por colarse por alguna parte y hacerse corpórea la afirmación de Lincoln: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.