jueves, octubre 19, 2006

Necesidad de la política

De una sociedad de idiotas a una sociedad de ciudadanos

Por: Rafael Hernández Bolívar

Los griegos denominaban idiotas a los habitantes de la ciudad que, dedicados a sus asuntos privados, no ejercían sus derechos políticos de participar y decidir sobre las cuestiones de la ciudad-Estado. De acuerdo a esta definición, en la sociedad de la democracia representativa, hay más idiotas que ciudadanos: Un pequeño grupo propone políticas, impulsa acciones específicas, promueven candidatos o ellos mismos son candidatos, y la gran mayoría de la población, a regañadientes, en el mejor de los casos, acude a votar los días de elecciones.
¿Por qué esto es así? Hay variedad de explicaciones: La minoría política, al venderse a sí misma como representación de la voluntad y la acción del pueblo, de manera activa mantiene alejada a la gente de los escenarios de toma de decisiones y de discusión política. No soportarían a un pueblo que además de elegirlos, discuta, cuestione y decida sobre asuntos relacionados con el poder que ellos entienden de su exclusiva competencia. Es el discurso que pide el voto para defender los derechos, alcanzar las reivindicaciones o, sencillamente, ejercer el gobierno a nombre del pueblo. Tal situación es además reforzada deliberadamente con una progresiva especialización de la actividad política.
La Revolución Bolivariana de Venezuela impulsa una nueva concepción concepción de la política y, consecuentemente, una nueva práctica política que hace de la participación el centro de gravedad de la vida ciudadana y da un sentido enriquecedor a la práctica política individual y colectiva.
Se trata de reivindicar la política no sobre la base de la prédica de sus virtudes sino a partir de una comprensión de las raíces de su desprestigio actual. Al deterioro evidente generado por la práctica corrupta de algunos políticos y su manifiesta incapacidad en cuestiones de Estado, hay que agregar la campaña deliberada y persistente de quienes están interesados en sembrar confusión para que la gente deje en sus manos el ejercicio real del poder.
¿Cúales son las razones por las que la política devino en actividad censurable? Un largo etcétera de desaciertos y desvíos: La conducta de los políticos en el poder; la ausencia de propuestas viables; la restricción de la práctica política a los políticos o a los politólogos; esto es, la política como profesión en detrimento de la política como voluntad y hacer colectivo.
Mención aparte merece el divorcio entre la política y la vida personal. Expresiones: "Si no trabajo, no como"; "La gente honesta no se dedica a la política"; "Los políticos no hacen nada. Sólo se dedican a hablar y hablar" ¿Pueden hacer otra cosa? ¿Su función de ganar voluntades para la transformación o el impulso de proyectos colectivos no descansan, al fin y al cabo, en la palabra?
A ojo de buen cubero, el primer obstáculo con que se consigue la reivindicación de la política es la gran masa de militantes del apoliticismo. En ella se distingue una parte que entiende que la política no tiene que ver con su vida y, la otra, aún admitiendo lo contrario, está persuadida de que no puede hacer nada para influir sobre ella.
¿Cómo darle concreción a una participación política que logre cambiar la situación de simples espectadores a la condición de sujetos que influyen, en alguna medida, en los acontecimientos y procesos que se están dando actualmente en el país? La salida a los problemas de nuestro país es básicamente de orden político y el interés es contribuir a la construcción de la mejor salida. Hay serios diagnósticos a los problemas básicos de educación, vivienda, salud, justicia, economía, etc., y proposiciones diseñadas para la solución de cada uno de esos problemas, por un lado; pero, ¿hay la voluntad y el interés de implementar las salidas propuestas? ¿Existe la organización política, más allá de la gestión de gobierno, capaz de impulsarlas y defenderlas? ¿Es factible el desarrollo de un programa político de cambio?
Inevitablemente revisamos las experiencias revolucionarias venezolanas anteriores al surgimiento de la Revolución Bolivariana, las circunstancias en que se dieron y el escasísimo efecto que tuvieron sobre la sociedad venezolana, no digamos ya en términos globales, sino incluso en los limitados espacios en que fueron impulsadas. Mucho más dramático resulta evaluar gran parte de la generación de dirigentes que actualmente están ubicados en puestos claves de la sociedad y del gobierno venezolano. Si el desarrollo de los procesos dependiera exclusivamente de su dirección, el panorama resultaría francamente desolador. Sobre todo al contrastar los grandes y gravísimos problemas del país con la capacidad real para resolverlos. Siente uno que hay una agudización de los problemas, por una parte, y confusión y escuálido desarrollo de las fuerzas transformadoras, por la otra. En estas últimas campea el fraccionamiento, el personalismo, la ausencia de programas y -en no poquísimos casos- la más rotunda ignorancia de los mecanismos básicos que impulsarían la realización de una política revolucionaria.
Afortunadamente se han puesto en marcha también procesos de democratización afianzados en la participación directa de la gente y hay una generalización de la práctica política que conduce a la aparición de un nuevo ciudadano más conciente y más dispuesto a ejercer directamente el poder. Más gente involucrada en los procesos de toma de decisión y en el control social de las ejecutorias, favorecen el surgimiento de instancias organizativas más complejas de la práctica política y, a su vez, más efectivas.
En ese sentido la proposición de Chávez del partido único de los revolucionarios es un buen comienzo porque parte del reconocimiento de hechos fundamentales que son un antídoto contra el sectarismo: No existe actualmente el partido de la revolución venezolana; los revolucionarios militan en los diferentes partidos del bloque del cambio y, una gran cantidad, hace su trabajo político fuera de esos partidos; la agrupación de los revolucionarios en una misma estructura organizativa pasa, no sólo por la voluntad de unidad, sino también por la delimitación y profundización de las coincidencias.
Todo este proceso está acicateado por la presencia de un enemigo que no da tregua y que recurre a todos sus aliados y a todos sus recursos para hostigar, bloquear y practicar todo tipo de sabotaje a la Revolución Bolivariana de Venezuela.
Es el tiempo de la política. El tiempo de la buena política: La política del pueblo, del ciudadano común convertido en sujeto de la Revolución.

Siete puntos sobre la ONU y el Consejo de Seguridad

Por: Rafael Hernández Bolívar

UNO: El 80% de los paises latinoamericanos ha votado por Venezuela en la elección del Miembro No Permanente del Consejo de Seguridad de la ONU para que nuestro país ocupe por dos años la representación del grupo latinoamericano. Descontando la abstención de Chile, menos del 20% le ha dado su voto a Guatemala. De esta manera, resulta evidente que la región decidió quien debe ser su representante; pero, por la acción diplomática desplegada por Bush, no es posible concretar esa voluntad. Es decir, que los países latinoamericanos no pueden elegir su propio representante porque EEUU decidió vetar la decisión mayoritaria de los latinoamericanos. Este hecho constituye por si mismo la puesta en evidencia del papel de gendarme y de tutor que se atribuye el imperio sobre América Latina y que ha venido desempeñando a lo largo de la historia de la ONU.

DOS: La representación venezolana ha dejado claro que la lucha por el puesto en el Consejo de Seguridad no es contra Guatemala ni siquiera contra EEUU. El objetivo es por adecentar la ONU, pidiendo que los países decidan libremente de acuerdo a sus intereses y a su conciencia sobre quienes deben integrar los órganos de la ONU. En este sentido, es coherente con el discurso del Presidente Chávez quien solicitó su reestructuración y democratización. Ha sido Estados Unidos quien ha centrado la atención del mundo sobre sí al obstaculizar ese objetivo y de esta manera se revela ante las naciones como el enemigo del pluralismo y la democratización en el seno del organismo internacional.

TRES: Venezuela ha conservado durante treinta y cuatro rondas de elecciones el sólido apoyo de 77 países lo cual demuestra no sólo un reconocimieto internacional a sus posiciones antimperialistas y soberanas sino también el sentimiento creciente entre los países de liberarse del tutelaje norteamericano y asumir los organismos internacionales en términos de igualdad y sin privilegios para las grandes potencias. Independientemente del resultado final de esta confrontación, lo cierto es que esto ya constituye una victoria. A pesar de todos sus esfuerzos, EEUU no ha logrado imponer su candidato ni ha logrado con sus presiones y chantajes doblegar la decisión de los paises que apoyan a Venezuela. En este sentido, hemos propinado una gran derrota moral a un imperio acostumbrado a que su voluntad se cumpliera sin chistar en todos los rincones del mundo.

CUATRO: Ha sido muy triste el papel de Guatemala cuando por boca de su embajador en la ONU reconoce que EEUU ha desplegado agresiones hacia Venezuela y admite que el apoyo para la postulación guatemalteca se debe a que EEUU se opone a la candidatura de Venezuela. Queda claro que la posición de dignidad de Venezuela, de defensa de su soberanía y proclamación de la paz y relaciones de justicia y de equidad entre los pueblos, son los motivos que le han ganado la animadversión del imperio. Si la política internacional de Venezuela hubiese sido de sumisión a los EEUU no habría duda que nuestro país hubiese ganado en una primera ronda. Como ocurrió en el pasado en que Venezuela fue miembro del Consejo de Seguridad para hacerle comparsa al imperio.

CINCO: La conducta de EEUU en este asunto es francamente de grosería imperial. La actitud del embajador John Bolton es lo más antidiplomático que se pueda ver en los últimos tiempos en ese escenario. Bolton se paraba a cada momento, tratando a los representantes de los países como lacayos, contando los votos butaca por butaca. Era como ver a un policía revisando las esquinas de una cuadra de New York, precisamente la cuadra donde queda la ONU. El mismísimo George Bush ha tenido que tomar el teléfono y llamar a diversos presidentes para halagar, sobornar o amenazar en función de garantizar el voto de esos países.

SEIS: Es evidente que esta elección para el Consejo de Seguridad se convirtió en una discusión clave de la geopolítica mundial. Es decir, la elección colocó sobre la mesa asuntos que son consustanciales a la existencia y funcionamiento de la ONU. ¿Por qué hay países miembros permanentes y países miembros no permanentes? ¿Por qué no puede ampliarse la representación en el Consejo de Seguridad? ¿Cuál es el verdadero peso específico que tiene en la resolución de los conflictos? ¿El Consejo de Seguridad no es acaso la espada del imperio? ¿Por qué no hizo nada para impedir la agresión contra el pueblo del Líbano?

SIETE: La oposición venezolana planteó las cosas, una vez más, de manera sectaria, con una ceguera proverbial. O, para decirlo más clara y rápidamente: Rabiosamente antichavista. ¿Cómo es posible que sean tan ciegos para no ver la escala mundial de este debate? ¿Qué entiende la oposición por soberanía de los pueblos? ¿En qué consiste la política exterior de un gobierno que es constitucionalmente soberano? La derecha venezolana, apátrida y entreguista, no tiene respuestas para estas preguntas porque sencillamente no tiene proyecto de país. Tampoco tiene claro el hecho histórico de que somos una nación y, muchísimo menos, tiene sentimiento de patria, ¿cómo puede importarle el mundo en que vivimos, más allá de las gríngolas de sus interes particulares?

jueves, octubre 05, 2006

La frustración de Roberto Giusti


Por: Rafael Hernández Bolívar

Roberto Giusti sueña con un acontecimiento extraordinario de última hora que sea capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos en Venezuela. Desea con todas sus fuerzas que un golpe de suerte –y a veces no sólo de suerte- pueda derrumbar el prestigio y el liderazgo del Presidente Chávez y haga posible el retorno al poder de anquilosados capitostes de la Cuarta República. Giusti tiene la esperanza del empedernido jugador que ata su futuro a un ticket de lotería.
La última apuesta es un escándalo de proporciones siderales que conmueva a la opinión pública y una inmensa masa de chavistas decepcionados deposite en las urnas los votos necesarios para la victoria de Rosales. Y, así como el jugador fundamenta su fé en hechos fortuitos o casos caprichosos que nada tienen que ver con las posibilidades reales de ganar; pero, sobre los cuales elabora sofisticadas conductas superticiosas –sacude o cruza los dedos, se viste de un determinado color, etc.-; Giusti busca y encuentra razones que fundamenten su esperanza.
He aquí su sesudo razonamiento: Si Lula, a quien se daba como seguro ganador en una primera vuelta, los escándalos de las últimas semanas de campaña le obligaron a ir a una segunda vuelta; en Venezuela, si armamos un gran escándalo, -tengamos o no razones para ello- lograremos derrotar a Chávez. Para darle mayor sustento, agrega que esto ocurrió en Brasil, a pesar del tremendo programa social “Hambre Cero” que desarrolló Lula.
Así de simple. Para derrotar a Chávez basta con una denuncia grave, una acusación demoledora. “¡Necesitamos un escándalo! ¡Basta con eso!...” Semejante simpleza fue la que llevó a los golpistas a creer que bastaba quitarlo de Miraflores y colocar a un payaso en su lugar para que el país retornara a las manos corruptas y entreguistas de los poderosos. Como ahora, en aquella oportunidad no contaron con el pueblo. Es para Giusti un dato sin importancia.
Se olvida también en su análisis de las complejidades del proceso brasileño, del hecho que Lula obtuvo el 50% de los votos en esa primera vuelta. Se consolidó y amplió su infuencia en los sectores populares y, sin duda ganará en la segunda vuelta. Se frustra porque en Venezuela las alharacas histéricas de los medios no logran conmover el sólido apoyo chavista. Olvida que ya nos curamos de periodistas palangristas e inmorales; que el pueblo sabe reconocer la patraña, la “olla”, las matrices de opinión concertadas y no apuesta medio por una prensa que ha perdido toda credibilidad.