sábado, septiembre 09, 2006

Manuel Rosales rodó en Catia

Por: Rafael Hernández Bolívar

El jueves 7 de septiembre fue un día aciago para el candidato opositor Rosales. La farsa de autoagresión montada en Catia terminó revirtiéndose contra sus promotores y expuso a la opinión pública las debilidades del candidato y su comando de campaña.


Minutos antes de las escaramuzas entre vecinos de Boquerón y los escoltas de Manuel Rosales, Willians Ojeda arengaba a un escuálido grupo de seguidores señalando la importancia de la concentración y la serenidad ante una posible agresión hacia el candidato. No olviden, decía, que ante cada agresión subirá como la espuma la candidatura de Rosales.
Poco después se producía el enfrentamiento y Globovisión –siempre oportuna- dramatizaba la situación de tensión –música macabra incluída- con tomas hechas desde una moto en movimiento, con acercamiento y alejamientos rápidos desde la cámara que generaban un clima de tensión y de zozobra.
El candidato, presa de terror real o fingido, abandona a sus seguidores y corre raudo en camioneta blindada, protegido por gualdaespaldas, agentes de la PM y de la Disip. Sus acompañantes, abandonados de sus dirigentes, bajan del cerro por sus medios, sin consecuencias lamentables.
Seguidamente, con la asistencia de medios nacionales e internacionales, la consabida rueda de prensa, las acusaciones infundadas, las poses de gallardo combatiente. “Me quieren desaparecer”, “me tendieron una emboscada”, “Chávez es el responsable”, “si me matan el pueblo saldrá a la calle a vengarme y tumbará a este gobierno”, etc.


Todo luce a show
En el mercado inmobiliario o en la bolsa de valores se suele hablar de burbujas para referirse a la subida de precios de inmuebles o de acciones gracias a la habilidad de corredores que mediante compras especulativas impulsan hacia arriba la cotización, arrastrando con ello a ingenuos inversionistas que, ilusionados por el movimiento del mercado, se anotan a la burbuja, esperando obtener fabulosas ganancias. Pero, tarde o temprano, termina por estallar el artificio y, para desesperación de quienes comprometen sus recursos, el precio en cuestión termina cayendo en picada ocasionando graves pérdidas.
En el caso de Manuel Rosales, el artificio ha estallado antes de tomar cuerpo. Su comando de campaña había pretendido venderlo como un candidato esperado por las masas irredentas que le saludarían afectuosamente a su paso y los más humildes habitantes de los barrios de nuestras ciudades saldrían de sus casas a abrazar y a aplaudir al esperado mesías.
Pero, no resultó así. La gente que después de cuarenta años de indiferencia de gobiernos adeco-copeyanos ha experimentado el poder de la participación y los beneficios de una gestión que ha hecho de los problemas de los humildes su centro de acción de gobierno no podía menos que gritar su rechazo al paso de un candidato que tiene, entre otras troneras morales, el remoquete de ser uno de los firmantes del Decreto Carmona que –recuerden lo bien- abolía de un plumazo las instituciones democráticas de nuestro país y convertía en perseguidos a los representantes del pueblo.
Los estrategas diseñan entonces la patraña de la emboscada. Previendo el rechazo que sufriría el candidato, deciden aprovechar los gritos y las expresiones de repudio de la gente para crear una sensación de pánico, de agresión y victimizarlo con un supuesto atentado de las “hordas chavistas”. Corren, lanzan algunas piedras, disparan al aire, las cámaras de televisión hacen el milagro de dramatizar y exagerar un episodio intrascendente, la rueda de prensa, la noticia circulando por el mundo, etc.
Quizás, en algún otro sector de alguna gran ciudad esta patraña hubiese tenido éxito. Pero no en Catia donde, además del decidido apoyo al proceso bolivariano demostrado con creces en el comportamiento cívico y combativo durante el golpe de Estado de abril del 2002, la gente tiene conciencia y experiecia política para desenmascarar a los farsantes y no dejarse manejar por “sesudos” técnicos de la conspiración y el sabotaje.
Los catienses tenemos ojos y capacidad para desmontar el teatro insulso de políticos sin mensaje ni arraigo entre la gente. Por supuesto, también somos convencidamente democráticos y rechazamos cualquier acción violenta que pretenda impedir la libre expresión de las posiciones políticas. Rosales y todos los candidatos tienen el pleno derecho a visitar todos los rincones del país y cualquier acción de agresión hacia ellos incitará nuestro repudio. Pero, la farsa montada en Catia está lejos de esos actos.

Saldo en rojo
El saldo de la jornada fue rojo. Pero no el rojo sangre que pretendían los opositores –no hubo heridos ni muertos- sino el que suelen utilizar los contadores para señalar las pérdidas en un balance.
1. El candidato Rosales, al huir despavorido en un incidente nimio e intrascendente, lució cobarde, sin presencia de ánimos. Esta imagen la refuerzan sus declaraciones incoherentes y destempladas ante los periodistas, con poses de valentía fuera de lugar y a destiempo.
2. El lider Rosales abandonó su gente a su suerte, dejándola en manos de los supuestos agresores, sin orientación y sin respaldo, provocando la sensación de “sálvese quien pueda” en una situación de crisis.
3. El comando de campaña de Rosales se expone ante el país como lo que es: Teatrero, artificioso, armador de tramoyas y shows mediáticos, sin credibilidad alguna. En fin, nada que ver con proposiciones políticas fundamentadas, dirigidas a aglutinar al pueblo en torno a un proyecto de país viable, justo y solidario.
4. El país se entera de que el candidato Rosales visita los barrios acompañado de una raquítica comitiva de seguidores y guardaespaldas empistolados que contrasta con la sólida presencia de vecinos que le expresan su rechazo, gritan consignas chavistas y muestran afiches y pancartas con la figura del líder Chávez.
Como para desesperarse…

Morir por la patria




Por: Rafael Hernández Bolívar


Duele la muerte de un ser humano. Duele mucho más cuando constatamos en ellos seres humanos responsables, trabajadores, solidarios y con ganas y voluntad para asistir a enfermos y desemparados. Gente que hace falta, que cumple un servicio, que sacrifica su vida por el bienestar de otros.


Adquiere un aspecto desgarrador cuando se trata de una médico que, dejando a su familia y a su país, ha venido a brindar apoyo y velar por la salud en barrios muy pobres y desasistidos de nuestra patria; con el coraje y la voluntad de luchar junto a los débiles, compartiendo sus angustias y sus riesgos. Raquel de los Ángeles Pérez Ramírez, la valiente médico cubana asesinada en Petare, rinde su vida como antes lo hicieron otros dos médicos de la Misión Barrio Adentro, compartiendo el destino de anónimos venezolanos asesinados por la delincuencia.


Igualmente triste nos resulta la muerte de un joven policía del Comando Motorizado de la Policía Metropolitana, muerto a consecuencia de unos disparos recibidos cuando acudía a socorrer a una mujer sometida por unos hampones. Róger Barcenas Torres tenìa 24 años de edad, un hijo, una esposa, una familia.


Nos hemos acostumbrado de tal manera a las muertes provocadas por el hampa que apenas nos detenemos a lamentar estas muertes. No acabamos de asimilar el golpe cuando nuevas muertes opacan a las anteriores.


El gobierno está dando una dura pelea. Los programas sociales y las estrategias económicas apuntan a la raíz del problema: Educación, salud, alimentación, empleo, justicia son estrategias para superar la marginalidad y combatir la delincuencia. Pero sus efectos son a largo plazo, se necesitan muchos años de labor sostenida para avanzar significativamente.


Por eso son desoladoras estas muertes. Nos dicen que la represión no logra poner freno, que los avances son desesperantemente lentos y que son muchas vidas que nos arrebatará la delincuencia antes de lograr tranquilidad para la gente.
¡Hay que acelerar el paso y redoblar los esfuerzos!