jueves, marzo 08, 2012

A confesión de partes...



Por: Rafael Hernández Bolívar

Lo ha dicho el gobernador de Carabobo: Tenemos candidato; pero, no tenemos propuestas ni discurso.  “Sin propuestas no se pueden ganar las elecciones presidenciales… hay que hablarle al país”.

Detengámonos en lo que resulta evidente. El candidato de la MUD no tiene discurso. No sólo porque no tiene la capacidad para comunicarse con las grandes mayorías sino que, lo más grave, no tiene nada significativo que decirle sobre sus problemas y su futuro.  Todos los afanes de las primarias para construirle un mensaje propio, atractivo, estimulante, etc. han resultado nulos. De nada sirvió que cada precandidato representara el papel de gafo o radical, según el caso, para que Capriles Radonski se luciera en contraste como “demócrata”, “respetuoso” de la institucionalidad o simplemente como político racional y equilibrado.

Un precandidato despotricaba contra las misiones; otro prometía meter preso a Chávez y sus ministros; el de más allá proponía una constituyente; otra decía que las tierras o las fábricas – recuperadas por el gobierno para la siembra y la producción- las entregaría a sus antiguos explotadores. De inmediato, –no porque lo pensara sinceramente sino porque le aconsejaban que era lo más conveniente políticamente- Capriles acentuaba que había que conservar las cosas buenas de las misiones; que ni loco convocaría una constituyente porque traería ingobernabilidad para el país y que si alguien debía ser investigado y sancionado sería en el marco de la institucionalidad, descartando todo juicio a priori.

Pero, nada. El cuento no se lo traga la gente. Las mayorías están convencidas de que ese traje de corderito no logra arropar al asaltante de embajadas y representante del capital. Por eso la desesperación de Salas Feo. ¡Hace falta discurso! Pero, es inútil la búsqueda.  Es inútil buscar donde no hay.

viernes, marzo 02, 2012

Progreso suele ser una mala palabra



Por: Rafael Hernández Bolívar

Decir que progreso es una palabra ambigua y de significación relativa es decir poco. No resulta claro definirla y sus interpretaciones son disímiles. Más aún, cuando se asume consensualmente un núcleo básico de significación, termina teniendo connotaciones diferentes entre quien lo disfruta y quien sufre o paga ese progreso.

Por eso parece conveniente asumirlo como lo que es: Un ardid publicitario para vender la ilusión de que las sociedades avanzan desde niveles inferiores de convivencia y bienestar hacia sociedades de problemas básicos resueltos, mayores recursos y, una vez más, mayor bienestar.  De esta manera se termina asociando a esta palabra la eficacia y la eficiencia para resolver situaciones que redundarían en beneficio para todos cuando la verdad es que ese bienestar se reparte de manera desigual.

Sin embargo, ocultan la otra cara: El progreso tiene un costo económico, social, humano, ambiental. Sus dimensiones y consecuencias son asumidas por la sociedad en su conjunto. Con el dinero necesario para la construcción de hospitales, escuelas, universidades, fábricas, producción alimentaria, seguridad, etc., se construyen amplias autopistas por las cuales circularan miles de vehículos contaminantes tripulados por pasajeros solitarios mientras las grandes masas de trabajadores se atapuzan en camionetas y autobuses.

Pretenden que la solución arrope al problema. La gente olvida que de lo que se trata es de resolver la necesidad de ir de un lugar a otro en las mejores condiciones de confort, tiempo y seguridad para todos y el hecho que algunas pocas personas puedan ir a sus anchas, con aire acondicionado, buena música y comodidad no compensa el sacrificio del resto de la sociedad ni la asfixia del planeta.

Progreso es la pretensión del vendedor que quiere enriquecerse vendiéndonos la idea de una casa bonita y confortable; pero, ocultándonos deliberadamente que su techo es cancerígeno y sus bases se irán con cualquier estremecimiento.

El vendedor es Radonsky.