sábado, agosto 26, 2006

Dividir para ganar




Por: Rafael Hernández Bolívar


Sumar no siempre es ganancia. Por lo menos en cuestiones político-administrativas. La creciente complejidad de las sociedades modernas requiere de unidades que puedan responder con idoneidad y eficiencia a los numerosos problemas que esas sociedades generan. Esto es lo que indica el sentido común y a eso tiende la organización de los gobiernos y las comunidades.


En nuestro país, además de esta preocupación, la Constitución Bolivariana viabiliza la solución de los problemas particulares de las comunidades garantizando la toma de decisiones por parte de los ciudadanos. Es decir, eficiencia y poder comunitario. La Ley de Consejos Comunales recoge esta idea.


Los ciudadanos requieren de un Estado eficiente, que atienda sus necesidades de servicios, de educación, de seguridad, etc. El sentido de la división político administrativa es el de optimizar el uso de los recursos y garantizar la más amplia participación de los ciudadanos. Se trata de diseñar las estructuras político-administrativas que hagan racional y efectiva la prestación de servicios, la atención a las emergencias, al tiempo que ponga en manos de la gente las decisiones fundamentales relacionadas con las prioridades, planificación, presupuesto, control, etc.


En esta perspectiva es que debe evaluarse la proposición de nuevos municipios o estados o la integración de regiones. ¿Responde la proposición de que se trate a una disposición racional de los recursos? ¿Se hace viable la solución de tantos cuellos de botella y problemas que crecen día a día ante la impotencia de los ciudadanos?


En el caso de la propuesta de hacer de Catia un municipio, las razones son sólidas y abundantes. Dividir a Caracas en tantos municipios como sea necesario para garantizar eficiencia y participación debe privar sobre cualquier criterio mezquino y de poco alcance. Hoy no es posible asumir y resolver los problemas de los caraqueños por la vía de la centralización de los recursos y las decisiones.

sábado, agosto 12, 2006

Gobernabilidad y oposición

Por: Rafael Hernández Bolívar

La oposición política venezolana no es capaz de generar consensos ni entre sus partidarios. Mucho menos puede aspirar que sus proposiciones políticas ganen el apoyo de las mayorías. La prueba más elocuente de esta proverbial incapacidad es el desvarío y la cadena de torpezas desplegadas con motivo de las primarias para escoger un candidato presidencial unitario.

Los sectores más atrasados terminaron por imponerse sobre los demás: Sabotearon las primarias, sembraron incertidumbre y frustración. No hubo manera de arribar a un mínimo de acuerdos sobre criterios, métodos o personas. Llovieron candidatos sin liderazgo ni ideas. Aventureros y payasos con la misión de quitarle toda significación democrática y ciudadana a las elecciones de 2006.

Pero este desenlace no deja de ser interesante en tanto revela las inconsistencias y falsedades de esa oposición que durante mucho tiempo apostó esperanzas a la idea de la gobernabilidad. Decía que la política era la práctica social que permitía la creación de los consensos necesarios para garantizar la gobernabilidad. Acusaba al gobierno bolivariano de no trabajar para el consenso sino para la discordia, de sembrar enfrentamientos y dividir la sociedad venezolana. Apelaba a la histérica campaña orquestada por los grandes medios de comunicación como testimonio fehaciente de un país fracturado.

Por supuesto, fue incapaz de entender la conformación de un nuevo consenso: El consenso de las grandes mayorías alrededor de un programa de transformación profunda de la sociedad venezolana, más justa y más identificada con las tradiciones solidarias y libertarias de nuestro pueblo.

El consenso para esa oposición es la agrupación de los venezolanos alrededor de un programa antinacional destinado a perpetuar los privilegios de unos pocos a costa de grandes masas de excluidos. Tal como lo definió el Presidente Chavez en su oportunidad: Consenso pa’ Bush, gobernabilidad pa’ EEUU.